“Ser docente, sembrar futuro”En este día, siento la necesidad de hablar de lo que es ser docente en la Argentina de hoy, con todo lo que eso implica. No es fácil. El sueldo no alcanza, las horas se multiplican en papeles, planillas, reuniones y demandas que poco tienen que ver con la esencia de enseñar. El cuerpo a veces no da, la cabeza se llena de pendientes, y la sociedad parece mirar desde lejos sin comprender del todo lo que significa sostener un aula.
Y, sin embargo, seguimos. Porque enseñar no se reduce a transmitir un contenido: es estar ahí cuando alguien se quiebra, es escuchar la historia de un estudiante que llegó sin comer, es inventar recursos cuando la escuela no tiene lo suficiente, es ponerle el cuerpo a un país que siempre nos necesita. Nuestro trabajo está hecho de realidad pura, con tizas que se gastan, con pizarrones que se borran, con mochilas rotas y guardapolvos que hablan de la vida cotidiana.
Pero también está hecho de milagros pequeños: la sonrisa cuando alguien comprende, la valentía de un adulto que vuelve a la escuela después de tantos años, la chispa de creatividad en un chico que parecía desinteresado. Esa es la otra cara, la que nos salva.
Hoy, más que nunca, ser docente es resistir y crear a la vez. Resistir la desvalorización, la sobrecarga, el salario injusto. Crear esperanza, futuro, posibilidad. Es un trabajo duro, pero lleno de sentido. Y en medio de tanta contradicción, me descubro orgullosa: porque no hay caída que borre la dignidad de enseñar, ni sobrecarga que apague la certeza de que vale la pena.
Porque cada clase, aun con todo lo que duele, es también una forma de decir: